- Te diré hoy una cosa, algo que se hace tiempo, y tu también lo sabes ya, pero quizás no te lo has dicho a ti mismo todavía. Ahora te digo lo que sé acerca de ti y de mí y de nuestra suerte. Tu, Harry, has sido un artista y un pensador, un hombre lleno de alegría y de optimismo, siempre tras la huella de lo grande y de lo eterno, nunca satisfecho con lo bonito y lo minúsculo, pero cuanto más te ha despertado la vida y te ha conducido hacia ti mismo, mas ha ido aumentando tu miseria y tanto mas hondamente te has sumido hasta el cuello en pesares, miedo y desesperanza, y todo lo que tu en otro tiempo has conocido, amado y venerado como hermoso y santo, toda tu antigua fe en los hombres y en nuestro alto destino, no ha podido ayudarte, ha perdido su valor y se ha hecho añicos. Tu fe ya no tenia aire para respirar. Y la asfixia es una muerte muy dura. ¿Es exacto, Harry? ¿Es ésta tu suerte?
Yo asentía y asentía.
- Tu llevabas dentro de ti una imagen de la vida, estabas dispuesto a hechos, a sufrimientos y sacrificios, y entonces fuiste notando poco a poco que el mundo no exigía de ti hecho alguno, ni sacrificios, ni nada de eso, que la vida no es una epopeya con figuras de héroes y cosas por el estilo, sino una buena habitación burguesa, en donde uno esta perfectamente satisfecho con la comida y la bebida, con el café y la calceta, con el juego de tarot y la música de la radio. Y el que ama y lleva dentro de sí lo otro, lo heroico y bello, la veneración de los grandes poetas y la veneración de los santos, ese es un necio y un Quijote. Bueno. ¡Y a mí me ha pasado exactamente lo mimo, amigo mío! Yo era una muchacha de buenas disposiciones y destinada a vivir con arreglo a un elevado modelo, a tener para conmigo grandes exigencias, a cumplir dignos cometidos. Podía tomar sobre mi un gran papel, ser la mujer de un rey, la querida de un revolucionario, la hermana de un genio, la madre de un mártir. Y la vida no me ha permitido mas que llegar a ser una cortesana de mediano buen gusto: ¡esto solo ya se ha hecho bastante difícil! Así me ha sucedido. Estuve una temporada inconsolable, y durante mucho tiempo busque en mi mismo la culpa. La vida, pensé, ha de tener razón siempre; y si la vida se burlaba de mis hermosos sueños, habrán sido necios mis sueños, decía yo, y no habrán tenido razón. Pero este pensamiento no servia de nada en absoluto. Y como yo tenia buenos ojos, y buenos oídos y era además un tanto curiosa, me fije con todo interés en la llamad vida, en mis vecinos y en mis amistades, poco más de medio centenera de personas y destinos, y entonces vi, Harry, que mis sueños habían tenido razón, mil veces razón, lo mismo que los tuyos. Pero la vida, la realidad, no la tenia. Que una mujer de mi especie no tuviera otra opción que envejecer pobre y absurdamente junto a una maquina de escribir, la servicio de un ganadineros, o casarse con uno de estos ganadineros por su posición, o si no, convertirse en una especie de meretriz, eso era tan poco justo como que un hombre como tu tenga, solitario, receloso y desesperado, que echar mano de la navaja de afeitar. En mi era la miseria quizás mas material y moral; en ti, más espiritual; la senda era la misma. ¿Crees que no soy capaz de comprender tu horror ante el fox-trot, tu repugnancia hacia los bares y los locales de baile, tu resistencia contra la música de jazz y todas estas cosas? Demasiado bien la comprendo, y lo mismo tu aversión a la política, tu tristeza por la palabrería y el irresponsable hacer que hacemos de los partidos y de la prensa, tu desesperación por la guerra, por la pasada y por la venidera, por la manera como hoy se piensa, se lee, se construye, se hace música, se celebran fiestas, se promueve la cultura. Tienes razón, lobo estepario, mil veces razón, y, sin embargo, has de sucumbir. Para este mundo sencillo de hoy, cómodo y satisfecho con tan poco, eres tu demasiado exigente y hambriento; el mundo te rechaza, tienes para el una dimensión de más.
Posteado a las 12:01 del lunes, 22 de diciembre de 2008