Los primeros rayos de sol se escurrían por la veneciana de su ventana cuando él abrió los ojos. Bostezo, se desperezo y se rascó hasta que una sensación de extrema soledad lo invadió de pies a cabeza. Hacía tiempo ya que esa sensación lo visitaba y siempre lo hacía sentarse abatido, con la vista perdida en el tiempo y un amargo gusto a viejo en la boca. "El tiempo no es amigo de nadie y pasa para todos por igual", decía una pequeña vocecita en su cabeza. El ya estaba pisando los 30 y, si bien sabia que todavía era joven con relación a la vida, también sabía que ya no era un "joven" sino un adulto. "Como duele crecer", pensó para sí mientras observaba como sus gastados pies se introducían en unas alpargatas que le eran extrañas (a pesar de acompañar sus pasos hace ya varios años). Se paro y comenzó a vestirse para ir a trabajar. Ya eran varios los rayos de sol que se colaban por la ventana, por lo qué decidió abrirla. Una cálida briza de verano le empapo el rosto de vitalidad borrando todo rasgo de esa desagradable sensación. El sol brillaba alto, rodeado de un celestisimo cielo. Unas pocas nubes se alejaban en dirección al norte y pensó: "Que lindo poder dejarte ahí arriba y ver cómo te alejas para siempre de mi". Un minuto de silencio transcurrió entre él y el mundo. Fue ahí donde se dio cuenta que no había más obstáculos que su propia voluntad por lo que tomo todo lo malo de su corazón y lo deposito sobre la nube más lejana. Durante varios minutos observo en silencio como las nubes se alejaban con su carga. Cuando dejo de verlas, lleno sus pulmones de aire y cerro la ventana. Tomo sus llaves y comenzó un nuevo día... o, mejor dicho, una nueva etapa...
Posteado a las 14:11 del martes, 22 de diciembre de 2008