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Fragmento de "La vida de un vagabundo"

Harry se despertó en su cama con resaca. Una resaca horrible.

-Mierda -dijo en voz baja.

Había un pequeño lavabo en la habitación. Harry se levantó, alivió su estómago en el lavabo que después aclaró con agua del grifo, metió la cabeza debajo y bebió un poco de agua. Después se mojó la cara y se la secó con la camiseta que llevaba puesta. Era el año 1943.

Harry cogió algunas prendas del suelo y comenzó a vestirse lentamente. Las persianas estaban echadas y todo estaba oscuro menos los lugares donde el sol se colaba por los trozos rotos de la persiana. Había dos ventanas. Un sitio distinguido. Salió pasillo adelante rumbo al retrete, cerró la puerta con llave y se sentó. Era increíble que aún pudiese defecar. No había comido desde hacía varios días. Dios mío, pensó, la gente tiene intestinos, boca, pulmones, orejas, ombligo, órganos sexuales y… pelo, poros, lengua, a veces dientes, y todo lo demás…, uñas, pestañas, dedos de los pies, rodillas, estómago… Había algo muy fastidioso en todo eso. ¿Por qué nadie se quejaba? Harry acabó con el áspero papel higiénico de la pensión. Seguro que las caseras se limpiaban con algo mejor. Todas aquellas caseras tan religiosas, con maridos muertos hace tiempo. Se subió los pantalones, tiró de la cadena, salió de allí, bajó la escalera de la pensión y salió a la calle.

Eran las 11 de la mañana. Se dirigió hacia el sur. La resaca era brutal, pero no le importaba. Eso significaba que había estado en algún otro lugar, algún sitio bueno. Mientras iba andando encontró medio cigarrillo en el bolsillo de la camisa. Se detuvo, miró el extremo negro y aplastado, buscó una cerilla y luego intentó encenderlo. La llama no prendía. Siguió intentándolo. Después de la cuarta cerilla, que le quemó los dedos, consiguió dar una calada. Sintió náuseas, luego tosió. Notó que su estómago se estremecía. Un coche se acercó lentamente. Estaba ocupado por cuatro muchachos jóvenes.

-¡EH, TÚ, VEJESTORIO! ¡MUÉRETE! -gritó uno de ellos a Harry.

Los otros se rieron. Después se fueron.

El cigarrillo de Harry seguía encendido. Dio otra calada. Brotó una bocanada de humo azul. Le gustaba aquella bocanada de humo azul. Caminaba bajo el calor del sol pensando: “Voy andando y fumando un cigarrillo.” Harry caminó hasta llegar al parque que había frente a la biblioteca. Seguía chupando el cigarrillo. Entonces la colilla le quemó los dedos y la tiró a regañadientes. Entró en el parque y anduvo hasta encontrar un sitio entre una estatua y unos arbustos. Era una estatua de Beethoven. Y Beethoven estaba andando, con la cabeza gacha, las manos entrelazadas a la espalda, obviamente pensando en algo.

Harry se agachó y se tumbó sobre la hierba. La hierba recién cortada picaba bastante. Estaba puntiaguda, afilada, pero tenía un aroma agradable y limpio. El aroma de la paz. Insectos diminutos comenzaron a pulular alrededor de su cara en círculos irregulares, cruzándose unos con otros pero sin chocar jamás. Apenas eran unas partículas, pero eran unas partículas a la búsqueda de algo. Harry levantó la mirada, a través de las partículas, hacia el cielo. El cielo estaba azul y endemoniadamente alto. Harry siguió mirando hacia arriba, al cielo, intentando sacar algo en claro. Pero Harry no sacó nada en claro. Ninguna sensación de eternidad, ni de Dios, ni siquiera del diablo. Pero uno tiene que encontrar primero a Dios para encontrar al diablo. Van en ese orden.

A Harry no le gustaban los pensamientos profundos. Los pensamientos profundos podían conducir a errores profundos. Después pensó un poco en el suicidio. Tranquilamente. Como la mayoría de los hombres piensa en comprarse un par de zapatos nuevos. El problema principal del suicidio es la idea de que podría ser el comienzo de algo peor. Lo que él realmente necesitaba era una botella de cerveza helada, con la etiqueta un poco mojada y esas gotas frías tan hermosas sobre la superficie del vaso. Harry comenzó a dormitar…, a ser despertado por el sonido de voces. Las voces de colegialas muy jóvenes. Se reían con risillas bobas.

-¡Ohh, mirad! -¡Está dormido! -¿Le despertamos?

Harry entreabrió un poco los ojos bajo el sol, espiándolas a través de las pestañas. No estaba seguro de cuántas eran, pero vio sus vestidos llenos de colores: amarillos y rojos y verdes y azules.

-¡Mirad, es precioso!

Soltaron unas risillas bobas, se rieron abiertamente, salieron corriendo. Harry volvió a cerrar los ojos. ¿Qué había sido aquello? Nunca le había pasado nada tan deliciosamente refrescante. Le habían llamado “precioso”. ¡Qué amabilidad!

Fragmento de "La vida de un vagabundo" (Charles Bukowski)



Posteado a las 14:44 del lunes, 22 de diciembre de 2008