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Reflejos (II)

Era un cálida mañana de otoño, el sol brillaba alto bañando de un tímido calor las calles de aquel antiguo pero acaudalado pueblo. Las caducas hojas de los árboles cubrían las amplias veredas de la ciudad formando una manta que, como un cantante callejero, deleitaba los oídos de las pocas personas que caminaban por aquella zona. Una fresca pero tolerable brisa pintaba pequeños remolinos de hojas muertas mientras las primeras parejas de ancianos dejaban sus hogares para emprender sus lentas caminatas matutinas. Los niños salen apresurados para alcanzar el bus que los lleva directo al colegio mientras el ronronear de los automóviles estacionados sobre las aceras esperan impacientes comenzar su rutinaria ruta hacia el centro del pueblo. Lentamente el pueblo entero comienza a respirar y disfrutar del calor de aquellos primeros rayos de sol que los árboles dejaban pasar entre sus ramas.

Aquel pequeño pueblo, de no mas de trescientos mil habitantes, era por muchos motivos uno de las regiones mas codiciadas de este viejo país. Sus amplias y robustas casas eran el objetivo de muchas personas. Su construcción, como la del pueblo en si, data de finales del siglo XVII dejando en evidencia una arquitectura antigua, clásica del antiguo viejo continente, que mezclada con la conservación de muchas de las antiguas tradiciones regionales forman un ambiente mítico que es a su vez acogedor y desolado.

Uno de sus principales atractivos, además del antiguo río Hmenigway bordeando el pueblo, era la mansión Borwer. Ubicada al pie de una arbolada colina se encuentra una amplia casona construida sobre una base de piedra y encerrada por un gran cerco de arbustos. Su gran fachada e imponente altura hacían de ésta el orgullo del pueblo y el atractivo de muchos turistas.

Según cuentan los rumores (clásicos en todo pueblo donde sus habitantes tienen generaciones viviendo en el) la casa pertenecía a una pareja de ancianos que, solamente con la venta de vidrios y espejos artesanales, fueron levantando piedra por piedra y viga por viga una de las casas mas cotizadas de la región. Según se dice un poco usual día de abril vino un extraño visitante al pueblo que, vestido con una oscura gabardina y unas negras y desgastadas botas, golpeo directamente la puerta, hoy en día esta completamente cubierta por el polvo y las enredaderas, y ofreció una generosísima suma de dinero no solo por toda la producción de cristales que allí se encontraba sino por toda la casa. Lo que mas sorprendió fue el inmediato y rotundo “no” de parte de aquellos ancianos que, si bien les estaba yendo relativamente bien en sus negocios, aquella suma era varias veces mas lo que en aquel momento valía todo su patrimonio.

Pocos días después de la visita de aquel individuo no se volvió a saber nada de los ancianos pero lo que realmente causa intriga y añade leña al fuego del mito es que nadie volvió a entrar en aquella vieja casona, no porque no se quisiera, sino porque parecía haberse cerrado como una planta carnívora dejando atrapado en su interior el misterioso aire que envuelve la desaparición de los Borwer.

Fragmento de "Reflejos" por quien escribe...



Posteado a las 1:15 del martes, 15 de octubre de 2008