A él siempre le habían gustado los motores. Pasaba horas estudiando aquellos viejos planos de su tío. Pistones, válvulas y cilindros parecía se lo único que de verdad lo apasionaba.
Recuerdo cuando pasaron casi toda la tarde desarmando la maquinaria de aquel viejo Chevy. Su padre, que si bien no era mecánico bien se llevaba con las tuercas, había comenzado a desmontar el motor. Dos gruesas cadenas cruzaban bajo el cárter para llegar a un rudimentario juego de poleas que colgaban de una de las vigas del techo. Luego de desprender aquellos necios bulones que unían el motor al chasis y de quitar la innumerable cantidad de tuercas de la caja de cambios, comenzó a elevarlo con la ayuda de su hermano. Cuando alcanzaron la altura suficiente comenzaron a desplazarlo hacia una vieja mesa de madera que se encontraba a pocos metros del vehículo.
El metálico lamento de las cadenas golpeando contra el acero del motor y los cíclicos golpeteos de los rulemanes era el único sonido que se escuchaba en aquel olvidado galpón. Apenas alcanzaron a ubicar el motor sobre la mesa cuando Malcom se acerco con una llave francesa en la mano: "¿Puedo ayudarlos padre?" pregunta el niño inquisitivamente. Tanto el padre como su tío sabían que entendía de la materia por lo que no tuvieron ningún problema en asentar con la cabeza y asignarle una pequeña tarea. Al día siguiente el motor está montado y ronroneando en la reluciente carrocería del Chevy.
Oh, sí! Siempre fue bueno para la mecánica. No había terminado de cumplir los 18 años cuando se compró su primer vehículo: un Pontiac Firebird del ’69. Recuerdo lo contento que estaba cuando lo llevo a su casa. Ocho cilindros de 4 litros dispuestos en "V", 2 carburadores Webber de 2 bocas, 3 válvulas por cilindro y una caja de 4 velocidades asincrónicas eran le motivo de su orgullo.
Un año le tomo dejarlo "a su gusto": Llantas cromadas de 5 puntas, techo corredizo, vidrios polarizados negros y una reluciente águila de fuego sobre el capó eran algunas de las mejoras con las que contaba el Firebird. Poco tiempo después le agrego una toma de aire externa de 3 bocas directo al carburador y un dragón gris metalizado que se proyectaba desde el techo hasta el baúl, haciendo de aquel auto un motivo para girar a verlo.
Recuerdo la primera vez que me subí en él. Fue, ni más ni menos, en una de las varias “picadas” en las Malcom acostumbraba competir. Luego de varias invitaciones decidí ir a verlo correr. Cuando llegue pude ver que la calle estaba cerrada y que varios vehículos estaban estacionados transversalmente de forma que ningún otro vehículo pudiera pasar. Entre ellos el que más se destacaba era el de Malcom. Sin duda ya se había hecho de un nombre y, ni que hablar, que de varios billetes, también. Un sin-fin de gente esperaba la primera carrera. Un kilómetro a más de 200 km/h era, sin duda, un buen motivo para mantener aquella comunidad entretenida.
Vi a Malcom desde lejos y lo salude. Apenas me vio me hizo unos ademanes para que me acercara. Si padre y su tío estaban con él. También su novia y varios amigos.
Apenas comenzamos a charlar cuando un veterano grande y con aspecto de motoquero de los ’60 grita: "Smithson vs. Carphenter". La gente se movió hacia la acera al unísono mientras los vehículos se depositaban en el punto de partida. El agitado y enérgico sonido de los motores hacían temblar el piso mientras una vasta bola de humo blanco salía de sus escapes. De pronto el agudo sonido de una chicharra hace que los dos vehículos salgan disparados a máxima velocidad. Pocos segundos después los perdí de vista entre el humo y la gente. 3 minutos más tarde ambos vehículos cruzan la línea de partida mientras la multitud aplaudía y silbaba a su favorito.
De pronto Malcom me invita a subir al Auto. Apenas entre al vehículo sentí su salvaje fuerza. Era como si el mismo auto te obligara a pisar su acelerador. Un vasto parabrisas se posaba sobre la muy bien cuidada consola del vehículo mientras los varios relojes indicadores ubicados en la parte de arriba del tablero observan al conductor.
Posteado a las 11:11 del martes, 22 de diciembre de 2008