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La hoguera

El vivas fuego de la estufa producía un cálido efecto de hogar. Su parpadeante y tenue luz dibujaba distintas imágenes a lo largo y ancho de las paredes, transformándola en el escondite ideal de los mas variados personajes. Duendes, cabras y demonios eran algunos de estos visitantes nocturnos que, escondidos entre las sombras, la observaban desde lejos. Las cortinas, bordadas con pequeñas flores de colores, danzaban suavemente al compás del viento a pesar de estar cerradas aquellas pequeñas ventanas de madera. Una redondeada y gastada puerta del mismo material controlaba la entrada a su interior creando, junto con el antiguo pero muy bien cuidado amueblado, un ambiente acogedor y hospitalario.

El característico chasquido de las brasas sonaba por toda la casa mientras uno de los dos habitantes observaba atentamente esa sinfonía de sonidos y colores que su misterioso y brillante compañero ofrecía a esas horas de la noche. Tirada con las piernas dobladas hacia el techo y su pequeña panza apoyada sobre la gruesa y suave alfombra que estaba junto a la estufa se encontraba una pequeña niña de no mas de diez años de edad. Su cabello, largo y rubio, caía al costado de su rostro mientras el calor de la habitación pintaba de un delicado rosado sus pequeñas mejillas. Sus verdes y enormes ojos, atrapados por la mística serenidad del fuego, eran el espejo de una vida tranquila y cargada de lindos momentos que, por algún motivo, no se vio perturbada cuando sus padres decidieron abandonarla pocos años después de nacer.

Como venia haciendo desde hace ya mucho tiempo, había esperado a que su abuela - una persona muy mayor y alegre - se durmiese para levantarse a hurtadillas y tirarse cerca de la estufa a escribir largas y apasionantes historias. Desde muy joven la literatura fue su pasión. Acostumbraba ir a la biblioteca del pueblo al salir de la escuela, siempre y cuando no tuviese que ayudar en los quehaceres de su casa. Pasaba horas dentro de las paredes de aquella solitaria y enorme habitación leyendo la mas variada colección de libros, a tal punto que muchas veces la encargada, una agradable y dulce anciana amiga de su abuela, le tenia que pedir que se retire dado que era la hora de cerrar. A pesar de su joven edad sus escritos tenían las características de los mas destacados escritores antiguos. Su muy peculiar estilo cautivaba al mas variado publico. Sus historias muchas veces precedían su joven edad tal era el caso que, en mas de una ocasión, se pensaba que era su abuela la que las escribía cuando, orgullosa, los presentaba en las mas conocidas editoriales del país.

Las horas seguían pasando. El sonido de aquel viejo reloj de pie reinaba en aquella silenciosa noche de invierno mientras los primeros copos de nieve comenzaban a teñir de blanco el bello paisaje que se dejaba ver por la ventana. El fuego ya se había transformado en un basta pila de tenues brasas que, al igual que ella, dormían apacibles una sobre otras. En ese instante la abuela se levanta, como también venia haciendo todas las noches desde hace ya mucho tiempo. Le quita el lápiz de la mano y la cubre con una abrigada manta que había tejido con sus propias manos para que, apenas el sol ilumine la casa, su pequeña nieta se levante y valla corriendo a su cama con la esperanza que su abuela no la halla descubierto durmiendo en el piso...



Posteado a las 10:07 del martes, 14 de octubre de 2008