Era una cálida tarde de otoño, el sol iluminaba apacible sobre los árboles. Una dócil brisa acariciaba su delicado rostro mientras ellos jugaban libres... El cantar de los gorriones y el suave ronroneo de las caducas hojas de los árboles seducían sus adoloridos oídos a la vez que las risas de los niños junto con el sereno sonido del viento la mantenían alejada de sus pensamientos, de sus tormentos.
Ella siempre venia a sentarse a este lado del parque. Miraba absorta como con tan poco los niños sonreían y saltaban unos con otros sin siquiera conocerse. Soñaba con algún día compartir su vida con alguien que la quisiera a pesar de sus errores y problemas mientras observaba como la vida se manifestaba alegre a su alrededor.
Las horas pasaban apacibles mientras el clima refrescaba más a cada momento. El viento, ahora un poco más fuerte, comenzaba a calar los abrigos mientras el sol se escondía lentamente detrás de los árboles. Muchas familias comenzaban a emprender ya su viaje de regreso a casa quitándole a aquel parque parte de su mágica vida. El correteo de los últimos niños se dejaba escuchar mientras ella se aferraba a aquel solitario banco como esperando que alguien viniera a rescatarla.
Pronto aquellas nubes habían ocultado por completo el sol transformando aquella bella tarde de julio en un día gris y sombrío. Ahora el parque estaba totalmente desierto excepto por ella, que aun seguía sentada en su sitio. Su vista se perdía en el horizonte mientras el gélido viento proveniente del norte despeinaba sus largos y oscuros cabellos. En su mano un viejo reloj de bolsillo y una amarillenta carta dibujaban sinuosos caminos de lagrimas en su delicada piel mientras su rostro imploraba que el tiempo sea benévolo y cure las heridas que el pasado había tallado en su corazón.
El frenético correteo de un pequeño perro la distrajo por un momento de sus recuerdos pero en el instante que este desapareció de su vista aquellos recuerdos comenzaron a atormentarla nuevamente. El sonar de las campanas de la iglesia y las bocinas de los siempre apresurados conductores sonaban de fondo pero esta vez nada lograba alejarla de sus penas.
Nuevas lágrimas caían de sus cálidos y apagados ojos mientras un golpe en su espalda la sobresalta, haciendo que se pare rápidamente. Voltea y se encuentra nuevamente con aquel pequeño perro que, con ojos rebosantes de energía, la miraba fijamente mientras ladraba sin cesar. Ella lo observo por un segundo sin decir una sola palabra hasta que éste comenzó a correr camino abajo deteniéndose cada tanto como si pretendiera que lo siguiera. Sin más lágrimas que derramar y sin más motivos para quedarse sentada comenzó a caminar lentamente a su encuentro mientras aquel dulce y peludo animal iba y venia una y otra vez.
Al doblar la esquina lo encuentra jugueteando con algo que, a la distancia, parecía ser un viejo juguete que algún niño del parque había dejado olvidado. A medida que se acercaba podía ver que aquello no era un juguete sino un pequeño zapatito de tela. En ese instante se hecha a correr y al llegar al lugar descubre el cuerpo de un niño escondido debajo de una espesa manta de caducas hojas. Sin pensarlo lo toma entre sus brazos. Su piel, recubierta de moretones, rebela años de maltrato mientras su blanco y frío rostro dejaba ver que ha estado ahí durante horas. Desesperada empieza a gritar pidiendo ayuda mientras lo abraza contra su pecho. La gente comienza a amontonarse a su alrededor tratando de socorrerla pero la quietud de aquella joven alma comenzaba a confirmar sus mas oscuros presagios. De pronto una tenue y seca tos dibuja una alegre sonrisa en el rostro de ella y de todos los que observaban aquella aterradora escena.
Hoy en día ella todavía sigue visitando el parque y como era su costumbre continua sentándose en aquel viejo y alejado banco que bien había sabido servir de soporte en aquellos días de tormento. La única diferencia es que esta vez lo comparte con alguien más...
Posteado a las 9:17 del martes, 14 de octubre de 2008